Un alcalde de boato Por Jorge Chávez
- locurascuerdas1
- 24 oct
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Un alcalde de boato
Por Jorge Chávez Mijares

Querido lector, si Edward Gibbon hubiera nacido en Matamoros, acaso habría encontrado materia suficiente para escribir un nuevo tomo de "La historia de la decadencia y caída del Imperio Romano". No necesitaría buscar emperadores: bastaría con mirar hacia el palacio municipal y observar cómo la vanidad, el oropel y la frivolidad se disfrazan de gestión pública.
Porque lo nuestro, tristemente, no es un gobierno: es una pasarela.
Y al frente de ella desfila un joven alcalde que parece más preocupado por las luces que por las sombras de su administración. Su andar tiene el ritmo de la farándula; su discurso, el brillo del maquillaje político; su gestión, la consistencia del humo.
A Matamoros no se le eligió para posar, sino para gobernar.
Y sin embargo, pareciera que el edil confundió la investidura con el vestuario. Fue elegido alcalde, no modelo de la farándula, aunque a veces su presencia en los eventos públicos sugiera que el espejo de su vanidad pesa más que el pulso de su ciudad.
Mientras el boato se pasea en motocicletas alemanas, los negocios cierran sus puertas.
Restaurantes, panaderías, talleres, pequeños comercios… la columna vertebral de la economía matamorense agoniza lentamente entre permisos arbitrarios, inspecciones caprichosas y una falta de empatía administrativa que parece no entender el drama cotidiano de quienes se levantan antes del alba para abrir una cortina metálica.
Cada cierre es un pequeño duelo: una historia que se apaga, una familia que se queda sin sustento. Pero el poder municipal no lo percibe; vive ajeno, rodeado de espejos y aplausos de ocasión.
Al ritmo que vamos, esta será la administración que deje a Matamoros con más negocios cerrados en toda su historia. Y eso, querido lector, no será una metáfora: será una estadística de la desidia.
El lujo —decía Gibbon— fue el preludio del derrumbe de Roma. Los trajes brillaban mientras el foro se vaciaba. Los banquetes abundaban mientras el pueblo menguaba. Hoy, la historia parece repetirse en versión fronteriza: el boato se pasea en la calle 6a y la Division del Norte, y la economía local se consume como antorcha que se apaga bajo su propio resplandor.
Querido y dilecto lector, Matamoros no necesita un alcalde que brille, sino uno que ilumine. Y entre ambos verbos hay un abismo. Brillar es reflejarse en sí mismo; iluminar es servir a los demás. Por eso, cuando el polvo de esta administración se asiente y el eco de sus poses se apague, quedará la pregunta inevitable:
¿fue un gobierno… o apenas un desfile?
El tiempo hablará.








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