Toma de protesta de Tania Contreras . Histórico e inédito. Por Jorge Chávez Mijares.
- locurascuerdas1
- 1 oct
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Toma de protesta de Tania Contreras . Histórico e inédito.
Por Jorge Chávez Mijares.

Querido lector, el Polyforum “Doctor Rodolfo Torre Cantú” parecía un pulmón gigante: respiraba al ritmo de miles de miradas. Era mediodía y el reloj marcó 12:04 cuando el presidente del Congreso, Humberto Prieto, abrió la sesión pública extraordinaria y solemne. Desde la voz de bienvenida —esa letanía protocolaria que va del saludo al cónsul hasta la cortesía diplomática— se entendió que no era una ceremonia más, sino un acto de Estado: cónsules Froylán Yescas Cedillo y Jesús Alejandro Cano Sánchez, Diana Kim de la embajada, el agregado “Bobby” García, congresistas texanos, senadores, alcaldes, órganos autónomos, barras y colegios. La sala llena como una conciencia despierta. Quórum de 35 de 36 legisladores. Faltó uno solo, y la ausencia hizo ruido: Ismael García Cabeza de Vaca, hermano del exgobernador panista Francisco. El detalle quedó flotando como una nota al pie que, sin escribirse, se lee.
Treparon a la mesa los 13 numerales del Orden del Día —número cabalístico, decían algunos— y el diputado Elifaleth Gómez leyó, con cadencia de notario, la nueva arquitectura del Poder Judicial: diez integrantes del TSJ —cinco mujeres y cinco hombres, presidencia para Tania Gisela Contreras López—; magistratura supernumeraria para María del Consuelo Terán, fiel de la balanza en caso de empate; magistraturas regionales para Felipe de Jesús Mendoza, Marisa Irasema Rodríguez y María Victoria Porras; y el Tribunal de Disciplina Judicial con Ludivina Aldape, Luis Gerardo Uvalle, Alma Delia Gámez, Jesús Manuel Castillo y Rosa Isela Cavazos: los vigilantes de los vigilantes. Más abajo, la cifra que apretó el aire: 147 juzgadoras y juzgadores, 74 mujeres y 73 hombres. La comisión de cortesía —curiosa paradoja en tiempos de paridad— quedó integrada solo por varones. El Estado, como la fotografía, también se compone de ironías.
Entonces la voz en off anunció al gobernador Américo Villarreal y la gente se puso de pie; entraron con él el presidente saliente Hernán de la Garza y la presidenta electa Tania Contreras. Bajo el gran escudo de la Legislatura 66, el presídium dibujó un tríptico de la República: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, juntos y a la vista. Sonaron los Honores a la Bandera. El Himno Nacional y el Himno a Tamaulipas fueron sostenidos con una afinación que parecía brújula; un pelotón de jovencitas, con trajes color tierra y bordados blancos, portó el escudo estatal como si llevaran entre los brazos un mandato antiguo. No era solo protocolo: era identidad.
Llegó la hora del compromiso y Humberto Prieto pronunció la fórmula. Las togas respiraron hondo. “¿Protestan…?”, preguntó el Congreso. Y la respuesta, al unísono, cayó como campanada: “¡Sí, protesto!”. No hubo desentones; brazos alzados, líneas perfectas, celulares en alto como acta notarial popular. En ese instante el tiempo cambió de dueño: las palabras pronunciadas se volvieron plazo.
Vinieron los discursos y, con ellos, el sentido de la jornada. Diez minutos habló Humberto Prieto. Fue un relato con sombras y luz: “hubo puertas cerradas, privilegios, corrupción”, dijo, y luego la afirmación de una tesis: la legitimidad democrática como origen de la independencia judicial. Defendió los comités de evaluación de los tres poderes, el “piso parejo”, la transparencia de expedientes. Miró a juezas y jueces con una advertencia luminosa: la legitimidad no es un privilegio, es una obligación multiplicada. Pidió sentencias sin jerga, prudentes y con integridad. Y prometió que el Congreso acompañará con leyes claras, presupuesto responsable y rendición de cuentas, “sin invadir la autonomía”. Dejó una frase que pesó como aldaba: “no le tenemos miedo al escrutinio”. Si es “punto de no retorno”, que se note en la calle, en la audiencia, en el expediente.
Entonces subió a tribuna la Maestra Tania Gisela Contreras y, antes de que hablara, alguien en el público —uno de esos asistentes que archivan la memoria como si fuera hemeroteca— tuvo un flashback a 2011: la recordó secretaria general del Congreso, en los días del gobernador Egidio Torre y con la maestra Lupita Flores presidiendo el Legislativo; la vio, como entonces, muy trabajadora, muy entusiasta y muy inteligente. De secretaria general del Congreso a Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de Tamaulipas, bendita evolución. El discurso de Tania Contreras fue diez minutos de mensaje, varias veces interrumpidos por aplausos, que pusieron de pie a la expectativa. Vestida de negro sobrio, con geometrías discretas en hombros y cintura, lució una alegría contenida que decía más que cualquier adjetivo: entusiasmo sin estridencia, temple sin rigidez. Nombró su proyecto con palabras de huella: refundación del Poder Judicial; observatorio ciudadano para abrir los tribunales a la sociedad; tecnología y procesos ágiles para abatir rezagos; cero tolerancia a la corrupción (“quien atente contra la justicia, atenta contra el pueblo y no tendrá cabida”); dignificación laboral —revisar retiro y seguridad social—, nadie por debajo del salario mínimo y nadie por encima del sueldo del Ejecutivo; foros de diagnóstico y un plan estratégico con metas y evaluación; equidad de género e inclusión como brújula. Fue, en suma, una agenda de gobierno judicial: ética, eficacia y cercanía. Y su sonrisa —esa chispa que vuelve cálida la solemnidad— funcionó como símbolo de época: una mujer al frente, con la vista clavada en lo que importa, la persona. El aplauso que la interrumpió no fue cortesía: fue respaldo.
Cerró el ciclo el gobernador Américo Villarreal con doce minutos de armazón doctrinal: la soberanía popular del artículo 39 como columna vertebral, la línea que va de Apatzingán a 1917 y desemboca en un presente donde “todo poder dimana del pueblo”. Subrayó la imagen inédita: pleno de los tres poderes, todos con legitimidad democrática. Y puso condición de realidad: que la transformación se note y pronto; tribunales que no se arrodillen ante los poderosos; cooperación con autonomía; y una definición que, por certera, se queda: la ley sin justicia es opresión; la justicia sin ley es incertidumbre. Que se abracen ambas para que la convivencia alcance su plenitud. Fue un cierre que encendió la luz más exigente: credibilidad por resultados.
La sesión se clausuró pasadas la una de la tarde. Antes, la convocatoria a la foto oficial —gobernador al centro, magistradas y magistrados, juezas y jueces alrededor— dejó la postal que el tiempo pedirá revisar. No es souvenir: es acta de expectativas. Afuera, la multitud todavía vibraba, como si quisiera seguir respirando al ritmo del recinto. Adentro, en la mesa de los escudos, quedaba un eco: 147 voces dijeron “protesto” y tres voces —10, 10 y 12 minutos— elevaron la vara. Con esas palabras publicadas a micrófono abierto, no hay espacio para errores.
Querido y dilecto lector, desde hoy, cada resolución se espera que sea una página de esta historia: o la legitimidad de origen se convierte en legitimidad de desempeño, o la música solemne de esta jornada se volverá un reproche. La Maestra Tania Contreras sonrió con alegría discreta —como quien sabe que la prosa de la justicia se escribe sin adjetivos y con pruebas—, y el público la acompañó en aplausos que no interrumpieron: confirmaron. El Polyforum se vació despacio, y mientras salían los últimos, parecía que el escudo del Estado, allá arriba, repetía en voz baja el verdadero compromiso del día: que la ley y la justicia se encuentren, y que no se suelten jamás
El tiempo hablará.








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