Que siempre sí se va. Política ficción.Opinión de Jorge Chávez.
- locurascuerdas1
- hace 6 días
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Que siempre sí se va. Política ficción. Opinión de Jorge Chávez.

Corre el rumor —cada vez menos rumor y más sentencia— de que, en un punto ignoto del mapa donde la patria roza el horizonte extranjero, existe un alcalde que se ha convertido en una anomalía política, un cuerpo extraño que ya ni los suyos pueden digerir. Su permanencia, dicen los que murmuran con certezas disfrazadas de confidencias, es un capricho condenado por la lógica de los tiempos y los pactos rotos.
Allende la frontera, los ojos de un gobierno que no perdona errores ni frivolidades han girado su lupa con precisión quirúrgica. La sospecha se ha vuelto expediente. Y el personaje en cuestión, alguna vez útil, hoy es sólo un estorbo incómodo para quienes encabezan el poder en lo estatal y lo nacional. Su nombre, antes pronunciado con promesa, ahora se evita con fastidio.
Se habla de fiestas envueltas en luces de espectáculo, donde lo esencial fue sustituido por el relumbrón. Una estrella de la farándula fue traída como talismán de popularidad, y el costo del hechizo fue escandaloso: tres millones y medio para entretener la vanidad de uno y la distracción de muchos. Solo un saludo, fugaz y mediodía, valió 700 mil razones para la indignación.
Sesudo lector, en los sótanos del poder local, el encargado de los ingresos se pasea con aires de nuevo rico. Se dice que cobra en efectivo, como en los viejos tiempos del caudillismo, por rentas públicas que nunca ingresan al erario. Sus gastos se visten de marcas que no combinan con su sueldo, pero sí con la impunidad de quien se sabe intocable… por ahora.
El hedonismo de quien encabeza el municipio ya no se disimula: cenas, brindis, música y placeres importados forman parte de una rutina que alarma hasta a aquellos que, desde la capital estatal, firmaron su ascenso. El proyecto político, si es que lo hubo, se diluyó en fiestas y bacanales.
Internamente, el desgobierno se siente como un duelo de sombras: sus allegados, sin vocación de servicio, chocan constantemente con los burócratas de carrera, quienes observan —mudos y resignados— cómo los más cercanos a la cima se enriquecen a vista y paciencia del silencio administrativo.
Y como si la ficción pidiera un villano más evidente, se dice que el verdadero poder no reside en el despacho oficial, sino en el vínculo consanguíneo que lo rodea. El hermano —así, con minúsculas, pero con influencia mayúscula— es quien reparte, decide y protege, convirtiendo el nepotismo en el sistema operativo de un gobierno en descomposición.
Desde hace semanas, corre también la versión de una licencia por salud. Una salida decorosa disfrazada de cuidado personal. Pero el protagonista, aferrado al cargo como náufrago a tabla rota, se resiste. El telón, sin embargo, ya está bajando.
Querido y dilecto lector, la historia, en clave de tragedia fronteriza, sigue su curso. Y como en toda política ficción, la realidad ya parece inspirarse demasiado en sus líneas. Esta ciudad fronteriza quizá solo existe en mi ferviente imaginación y no sale de los linderos de la siempre cautivadora ficción.
El tiempo hablará.
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