top of page

Opinión deLocuras Cuerdas Las redes sociales, las puertas que ya no sabemos cerrar. Por:Jorge I. Chávez Mijares

  • locurascuerdas1
  • 7 dic
  • 3 Min. de lectura

Las redes sociales, las puertas que ya no sabemos cerrar.

domingo 7, 2025.

ree


Querido lector, ayer sábado, en la Secundaria 2 —esa escuela donde mi madre, la maestra María Elena Mijares de Chávez, dejó una huella que aún respira en los pasillos— volví a escuchar el eco de una lección que creí aprendida y, sin embargo, la vida insiste en repetirnos con formas nuevas.

Acompañé a mi amigo, casi hermano, Ernesto Parga a impartir un curso de Escuela para Padres. Él habló con claridad quirúrgica sobre el control que los padres creen tener sobre los teléfonos inteligentes y las redes sociales entre otros temas; ese espejismo moderno que nos hace sentir dueños de un aparato que, en realidad, es el que nos posee.

Y mientras Ernesto nos iluminaba con su sapiencia, el director, el maestro Candelaria, al final de la plática recordó con cariño la labor de mi madre cuando trabajó ahí como asesora, sembrando programas y metodologías que buscaban formar no sólo alumnos, sino seres humanos completos. Me hizo recordar a mí madre cuando decía que hay conocimientos que deben guardarse no en el armario de la memoria, sino en el almario de la sabiduría.

Sesudo lector, qué punzante verdad. Porque no basta con saber qué es TikTok o comprender las configuraciones de seguridad: lo urgente es entender cómo un niño, un adolescente o incluso nosotros como adultos, nos volvemos rehenes de una pantalla que no sólo nos roba tiempo, sino juicio. Que no sólo nos entretiene, sino que nos modela deseos, inseguridades, impulsos y silencios.

Mientras escuchaba a Parga, me puse a pensar que el mundo ha cambiado más rápido que nuestra capacidad de educar. Antes, querido lector, las puertas cerradas eran parte natural del mundo: una casa con candado, un horario para jugar, un límite que enseñaba contención. Hoy, en cambio, hemos construido un ecosistema sin fronteras: una ventana permanente hacia lo infinito, sin guardián, sin filtro, sin pausa.

Por eso no me sorprendió la reciente decisión del gobierno de Australia: prohibir el acceso de menores de 16 años a redes sociales. Una medida que a muchos puede parecer exagerada, desproporcionada o incluso autoritaria, pero que nace de una certeza incómoda: la sociedad perdió la capacidad de decir “hasta aquí”, ese límite que mis padres usaron conmigo y mis hermanos y que probablemente no use yo con mis hijos.

Como padres lo sentimos, los maestros lo saben, los psicólogos lo documentan: el teléfono inteligente se convirtió en un tercer progenitor, omnipresente, pero sin responsabilidad moral y además lo presumimos. Australia, con toda su rudeza legislativa, simplemente reconstruyó una puerta que la tecnología demolió. Y lo hizo antes de que una generación entera confunda el afecto con un “like”, la convivencia con un “chat”, la identidad con un filtro y la autoestima con un algoritmo.

Quisquilloso lector, imagino a mi madre escuchando este debate. Ella, que creía en el diálogo paciente y en la autoridad bien ejercida, seguramente vería con preocupación cómo las redes —que prometían conectarnos— han terminado por aislarnos, infantilizarnos y robarnos algo que jamás imaginamos perder: inteligencia emocional, esto es una epidemia. La paradoja es feroz: teléfonos cada vez más “smart”, pero usuarios cada vez menos.

Quizá por eso su advertencia —esa que mi madre me aconsejaba con tanta precisión con respecto a mis hijos— vuelve hoy a tener sentido: educar no es llenar de datos, sino formar criterio; no es acumular información, sino elegir qué conservar en nuestro almario de sabiduría, conocimiento guardado en el alma.

Querido y dilecto lector, las redes sociales, sin educación, son como darle un arma cargada al ego. Y los menores, enfrentados a un mundo sin puertas, terminan navegando a la deriva en mares que ni los adultos sabemos mapear del todo. Australia ya puso un límite. Nos toca a nosotros preguntarnos si tenemos el valor —y la lucidez— para poner el nuestro.

El tiempo hablará.

 
 
 

Comentarios


bottom of page