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Opinión deLocuras Cuerdas Confesiones de un Carroñero Por Jorge Chávez Mijares.

  • locurascuerdas1
  • 10 nov
  • 2 Min. de lectura

Opinión de Locuras Cuerdas

·Confesiones de un Carroñero

Por Jorge Chávez Mijares

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Querido lector, dice la presidenta Claudia Sheinbaum que los periodistas que reaccionamos ante el asesinato del alcalde de Uruapan somos carroñeros. Tal vez tenga razón —pero no en el sentido que ella imagina. Porque si carroñero es aquel que huele la podredumbre, entonces sí, lo confieso: soy carroñero, y con orgullo. No de la carne, sino de la verdad que se pudre.

Sesudo lector, Richard Nixon también se quejaba de los periodistas: los acusaba de intrusos, de malsanos, de enemigos del Estado. Y mientras los señalaba con el dedo desde su escritorio, los reporteros del Washington Post escarbaban en los restos de su propia mentira. Así nació Watergate, y así cayó un presidente que creyó que los medios eran el enemigo, cuando en realidad eran el espejo.

Y sí, soy carroñero, como carroñeros fuimos todos en 2014, cuando el país entero olió la carroña del poder en Ayotzinapa. Entonces también nos llamaron insidiosos, exagerados, agitadores. Pero éramos simplemente periodistas —y ciudadanos— buscando en la oscuridad las 43 luces que el Estado había apagado. La carroña, en aquellos días, no era nuestra: era institucional. Y si callar ante la injusticia es civilizado, prefiero seguir siendo un salvaje con pluma, un bárbaro de la letra.

El poder, cuando se ve en el espejo de la prensa libre, suele confundirse con la víctima. Pero no hay prensa digna sin escándalo, ni gobierno honesto sin incomodidad. La carroña del poder —esa mezcla de soberbia, abuso y propaganda— sólo se limpia con la luz del escrutinio. Y si eso es ser carroñero, bienvenido sea el título.

En Matamoros lo sabemos bien. Aquí, los mismos que hoy se proclaman “benevolentes” fueron los que, con el dedo levantado de la prepotencia, ordenaron cerrar primero una pizzería y luego una dulcería. Aquel operativo —con nombre de ley y olor a abuso— tenía el sello clásico del poder que confunde autoridad con arrogancia. Pero llegamos los medios, esos buitres informativos como les diría algún portavoz sin lecturas, y la historia cambió.

La presión pública hizo lo que la moral institucional no quiso hacer: revertir el atropello. Hoy, con la hipocresía típica del arrepentimiento administrativo, el mismo gobierno que ayer clausuraba con orgullo hoy reparte indulgencias a diestra y siniestra: “Somos bien buenos, vamos a condonar todas las multas.” Un acto de redención tan burdo que hasta los santos del cabildo deben estar sonrojados.

Pero así es la política local: se disculpa sin decir perdón y se reescribe la historia sin borrar las huellas del abuso. Así que sí, querida presidenta, soy carroñero. Carroñero de los silencios del poder, de los cadáveres administrativos, de las licencias negadas y las dulcerías clausuradas.

Querido y dilecto lector, te aviso que soy carroñero de oficio y por conciencia, porque alguien tiene que limpiar el aire que dejan los buitres de la burocracia. Y si al poder le incomoda el zumbido de los medios, que lo recuerde: sin los carroñeros del periodismo, la carroña del poder se perpetúa.

El tiempo hablará.

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