Opinión de Locuras Cuerdas ·Cuando el Estado se sienta a la mesa en Navidad. Por Jorge Chávez Mijares.
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Cuando el Estado se sienta a la mesa en Navidad.
Por Jorge Chávez Mijares

Querido lector, llegué temprano a Higuerillas con mi amigo Martín Sifuentes. Tan temprano que la carpa todavía no sabía que sería plaza. Era estructura pura: metal, lonas tensadas, filas de mesas blancas esperando cuerpos, historias y ruido. Las bicicletas infantiles descansaban al pie del templete como promesas aún envueltas. El escenario, vacío, tenía algo de libro cerrado. Uno aprende con los años que las ciudades —y los pueblos— no se explican: se recorren. Y que la política, antes de hablar, se monta.
Luego ocurrió lo inevitable: la carpa respiró. La geometría se volvió multitud. Familias completas ocuparon el espacio con la naturalidad de quien reconoce un lugar propio. Hubo carpas para el comedor, carpas para los estands, carpas para el juego. El Estado se fragmentó en dependencias con nombre y rostro; dejó de ser abstracción y bajó a ras de tierra. Los niños se apropiaron del tapete de colores y los dados gigantes; cuando los niños toman un espacio, el acto oficial ya no es acto: es experiencia.
Apreciado lector, entre ese ir y venir saludé a mis amigos del Congreso fuera del recinto —que no es poca cosa—: Isidro Vargas y Elifa Gómez. No curules, no tribuna: interlocución. La representación, cuando se ejerce sin solemnidad artificial, pesa más.
Me toco ver la fila de personas, eso fue otra escena. Larga, ordenada, bajo el sol. Bolsas grandes que cuentan historias de previsión; sombrillas improvisadas; niños inquietos; adultos administrando la paciencia. No esperaban trámite ni discurso. Esperaban entrar a la carpa del comedor para sentarse con el gobernador y su esposa. Comer juntos —lo sabe la antropología y lo recuerda la historia— es uno de los gestos políticos más antiguos. Compartir mesa suspende jerarquías, aunque sea por lo que dura un tamal caliente.
Ya dentro, la mesa larga hizo lo suyo. La multitud dejó de caminar y permaneció. No micrófonos, no consignas: conversaciones bajas, manos curtidas, reposo. No pan y sal, sino tamal y sal: metáfora norteña, concreta. La dignidad no siempre está en lo que se entrega, sino en cómo se comparte.
Entonces hablaron.
El alcalde de Matamoros, Alberto Granados, abrió con el tono del anfitrión orgulloso. Saludó a las islas —Malvinas, Fantasía, del Amor, de los Mandilones— y a los poblados —Higuerillas, Mano de León, Capilla—, como quien enumera constelaciones cercanas. Agradeció que la Brigada Navideña del DIF estatal se instalara ahí, no en la comodidad urbana, y puso acentos: programas, acciones, obra pública; el puerto del norte como realidad y no promesa. Hubo aplausos largos, palabras enfáticas, futuro invocado. En política local, la hipérbole es un idioma conocido; el cronista la escucha y la lee.
Después vino el gesto breve y afectivo de la doctora María Santiago de Villarreal, presidenta del DIF Tamaulipas. Pocas palabras, bien colocadas: el gusto de saludar, el cariño recibido, los niños contentos, la cercanía. “Que siga la fiesta”, dijo. A veces el contrapunto humano dice más que un tratado.
El gobernador Américo Villarreal Anaya tomó la palabra y ordenó el tiempo. Comenzó por la memoria: recordó a Juan Manzur Arzola —amigo, servidor público— y pidió un aplauso que fue abrazo colectivo. La vida, dijo sin decirlo, es contraste: pérdidas y celebraciones conviven. Agradeció al gabinete, a los diputados presentes, y reconoció algo que conviene subrayar: la decisión de traer la brigada a Higuerillas, al corazón del desarrollo portuario, para que nadie quede fuera del mapa.
Habló del puerto de Matamoros, de la visita nocturna de Claudia Sheinbaum, de la vivienda que avanza —Infonavit, Conavi, ITAVU—, de las 92 casas en construcción y de una frase que no se le olvida: un poblador pidió integrarse al desarrollo, no quedarse atrás. De ahí el hilo: centro de salud con médicos y medicamentos; muelle nuevo para el acceso escolar de las islas; ambulancia para la región; coordinación y territorio. Enumeró apoyos que, en el suelo, ya eran hechos: escrituras que dan certidumbre; certificados de educación para adultos; aparatos auditivos; desayunos escolares —102,742 raciones en 2,575 planteles—; microcréditos del Fondo Tamaulipas —cinco mujeres del Núcleo Solidario “Las Alegres”, 33 mil pesos cada una—; tinacos; apoyos de salud; bicicletas; kits de herramientas; base con colchón para Doña Angeline Sánchez López; sillas de ruedas y andadores. Dijo también una cifra que iluminó la tarde: más de 4,000 estímulos y 3,000 juguetes; ningún niño se iría sin el suyo.
Luego la idea: humanismo. No como etiqueta, sino como práctica. Compartir historia, costumbres, cultura; alegrarse genuinamente cuando a otro le va bien; trabajar en una sociedad colaborativa que permita vivir en paz, con oportunidades y bienestar. Cerró con una frase de Víctor Hugo —“no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”— y la lanzó como consigna: esa idea es Tamaulipas.
Mientras tanto, la carpa seguía siendo mesa. El Estado, sentado. Las palabras encontraban suelo en la escena que ya existía: fila digna, logística pensada, niños jugando, familias comiendo. La política, cuando baja del estrado y acompaña, deja de ser discurso y se vuelve gesto.
Querido y dilecto lector, al caer la tarde, Higuerillas no fue periferia. Fue centro. Y la carpa —esa catedral civil provisional— nos recordó algo elemental: cuando el poder se sienta a la mesa, la comunidad se reconoce. Y eso, incluso en tiempos ruidosos, sigue siendo una idea a la que le llegó su tiempo.
El tiempo hablará.








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