top of page

Martín Sifuentes Online ·LA BURBUJA DEL PODER, EL MAL HÁBITO QUE DEFORMA A LA POLÍTICA.

  • locurascuerdas1
  • hace 11 horas
  • 4 Min. de lectura

·

LA BURBUJA DEL PODER, EL MAL HÁBITO QUE DEFORMA A LA POLÍTICA

ree

Mi padre me contó, siendo yo un niño, la historia de una princesa de algun país medieval, que tenía un defecto físico, del cual nadie le hacía mención, pues era grande el temor de desatar su furia y ser enviado a la horca o a un calabozo.

La princesa tenía una pierna más corta que la otra, es decir, rengueaba, era una persona coja. Una princesa coja, pero absolutamente nadie en el reino lo mencionaba.

Había recorridos y ceremonias a las que asistía la princesa y a pesar de su evidente dificultad para caminar, el tema era ignorado. Y sus criados, sirvientes, asistentes y pajes, se encargaban de que nadie se le acercara, ni hablaran con ella. La princesa no recibía a nadie, dialogar en corto con ella era más que complicado. La tenían dentro de una burbuja.

Y así era, hasta que un día, un fresco caradura , experto en bufonadas y patrañas, apostó con uno de sus insolentes colegas, que él sí era capaz de acercarse a la princesa y decirle en con todas su letras que era una coja.

Y lo logró.

Urdió un plan para engañar los lacayos de la princesa, haciéndose pasar por un exitoso mago, sabiendo qué brujos, videntes y ricos comerciantes podían a veces tener acceso a su majestad.

Y cuando estuvo frente frente con ella, el audaz bufón extendió su brazo y le ofreció dos ramos de flores, uno de rosas y otro de claveles. Y con una sonrisa en la boca, le dijo: “ Princesa, usted es coja”.

Su alteza escogió los claveles y ni se enteró que alguien en su cara, le mencionó su defecto físico.

Viene esta larga historia a colación porque en la actualidad,

muchos de nuestros gobernantes son tan inaccesibles como la princesa de nuestro relato.

Y sin estar cojos, el equivalente a su corte real, es decir, su equipo cercano, impide cualquier acercamiento ( como en el cuento,solo es permitido que se le acerquen “magos, adivinos y ricos empresarios”) y le bloquean cualquier contacto con la realidad, o con sus gobernados, al grado de volverlos ignorantes de lo que se vive y se padece “en terreno”.

También, al igual que a la princesa del cuento, nadie le hace mención de sus defectos, ningún “asesor” se atreve a decirle que tomó una mala decisión y nunca se le dirá palabra negativa sobre sus vestuarios, y cualquier error de lectura en un discurso, será ignorado.

He sabido de alcaldes que solo leen los resúmenes de noticias que les hace llegar su equipo, y en los que obviamente no se incluyen críticas ni notas negativas. Hay ayuntamientos en donde están estrictamente prohibidas ( por el equipo cercano, claro) las entrevistas con periodistas serios.

Y es que, lamentablemente en la política mexicana existe un vicio tan arraigado que ya parece parte del mobiliario institucional: la incapacidad —o la falta de voluntad— de decirle la verdad a los alcaldes o a gobernadores, incluso al presidente de la república.

No importa quién llegue al cargo, el ritual se repite como si fuera una coreografía obligada. El poder cambia de manos, pero la burbuja que lo rodea se mantiene intacta.

Los primeros responsables son siempre los mismos: los equipos cercanos, esos grupos que se autoproclaman guardianes del gobernante, pero que en realidad terminan actuando como sus carceleros. No lo protegen: lo encarcelan en una versión edulcorada y superficial de la realidad. Lo rodean, lo administran, lo “cuidan” tanto que lo aíslan de lo único que puede darle sentido a su mandato: la gente.

En esta dinámica perversa, el acceso a la autoridad se vuelve un privilegio restringido. La ciudadanía deja de ser fuente de información y se convierte en un estorbo que hay que alejar.

Quien quiera acercarse debe pasar por filtros, antesalas eternas, gestores improvisados y funcionarios que creen que su misión es impedir que el gobernante vea, escuche y sienta lo que ocurre afuera.

Así se fabrica la gran mentira del poder: el mandatario termina gobernando con datos maquillados, problemas minimizados y diagnósticos que parecen salidos de una novela de ficción. Y lo peor es que, con el tiempo, él mismo empieza a creer en esa mentira que le construyen sus leales aduladores.

El resultado es conocido: alcaldes y gobernadores que ya no reconocen la calle que juraron administrar, que hablan de su estado como si lo vieran desde un avión, que presumen logros que nadie ve y niegan problemas que todos padecen. La desconexión se vuelve tan profunda que ya no es una falla administrativa, sino un problema de gobierno.

Porque un gobernante aislado es un gobernante que no gobierna. Y mientras la política mexicana siga alimentando esta cultura de silencios cómodos, verdades omitidas y equipos que funcionan como murallas, seguiremos teniendo autoridades que viven en una realidad paralela, contemplando un país, un estado o un municipio que solo existe en los informes que ellos mismos encargan.

Y ya estuvo.

Si la política mexicana no rompe esta burbuja, será la sociedad la que termine estallándola. Porque ningún gobierno puede esconderse para siempre detrás de sus propios espejos. Y tarde o temprano, la verdad- esa misma verdad que tanto temen- toca la puerta sin pedir permiso.

Comentarios


bottom of page