La fama como espejismo en la política tamaulipeca Por Jorge Chávez Mijares.
- locurascuerdas1
- 27 ago
- 3 Min. de lectura
La fama como espejismo en la política tamaulipeca
Por Jorge Chávez Mijares.

Querido lector, el día de ayer celebré mi cumpleaños en compañía de un grupo entrañable de amigos. La reunión, más que un simple festejo, se convirtió en un pequeño simposio donde la inteligencia, la memoria y la ironía se mezclaron como en un buen vino. Entre brindis y anécdotas, la charla —que navegaba libre entre lo trivial y lo trascendente— desembocó en un tema inevitable: la política y los nombres que ya se pronuncian como posibles candidatos rumbo al futuro.

Me acompañaron voces diversas, cada una con un sello inconfundible. Ernesto Parga, lector incansable y de cultura vasta, capaz de pasar de Montaigne a Monsiváis con la misma naturalidad con que se sirve una copa; Jorge Pérez, mente analítica y afilada, siempre dispuesto a desmontar argumentos con lógica y precisión quirúrgica; Martín Sifuentes, periodista curtido, con esa rara virtud de conciliar posturas sin perder la agudeza crítica; Abel Saldaña, extraordinario productor de televisión, que con mirada creativa y ojo entrenado para el detalle sabe transformar la anécdota en relato memorable; Eleazar Ávila, cronista nato de la política tamaulipeca, cuya mirada local está impregnada de la tierra y las pasiones del estado; Claudio Vázquez, sesudo y riguroso, amante del detalle y del dato exacto, que aporta equilibrio en medio del bullicio verbal; y el anfitrión, Roberto Lee, cuya generosidad no solo se refleja en la hospitalidad de su mesa, sino en el ánimo abierto para que las ideas circulen sin reservas.
Con este coro de voces, la conversación transitó de la nostalgia al análisis, del recuerdo de viejas anécdotas al escrutinio de los aspirantes que hoy confunden popularidad digital con auténtica fuerza política. La sobremesa se convirtió, casi sin proponérnoslo, en un espejo de lo que Tamaulipas discute y se pregunta.
Derivado de esa reunión concluimos que en la memoria de la política latinoamericana hay fantasmas que caminan como consejeros mudos. Paco Stanley, aquel ídolo televisivo que arrancaba carcajadas en cada hogar, se estrelló en 1988 contra el muro frío de las urnas en la Ciudad de México. Mario Vargas Llosa, escritor luminoso y Nobel universal, pensó que su pluma podía convertirse en espada electoral, y en 1990 fue vencido por un desconocido Fujimori que olía a campo y hablaba a ras de tierra. La moraleja, no la de Madrid, fue clara: la fama no se traduce en votos, ni la popularidad asegura el poder.
Hoy, en Tamaulipas, esa lección parece ignorada. Rumbo al 2027, personajes políticos actuales buscan instalar la idea de que son “muy conocidos”, de que el aplauso en Facebook y el trending en TikTok pueden ser capital electoral.
Pero la política tamaulipeca no se resuelve en el algoritmo de Instagram, sino en la tierra dura del voto. Y tampoco se decide únicamente en las plazas locales: la historia lo ha dejado escrito en un aforismo que los gobernadores de antaño escuchaban como sentencia:
“Con las diputaciones locales ni preguntes,
con las diputaciones federales y la gubernatura, ni te metas”.
Era la voz del centro, el recordatorio de que las candidaturas más importantes no se definían en Ciudad Victoria sino en la capital del país, en las oficinas donde el poder real negociaba los destinos estatales.
Hoy, aunque el discurso de Morena presume consulta interna y democracia participativa, la práctica sigue evocando ese eco: la decisión final vendrá de la capital, no de los likes ni de los videos virales.
Querido y dilecto lector, quien no entienda esta doble moraleja —la de Stanley y Vargas Llosa, que cayeron pese a su fama, y la del viejo aforismo electoral que aún late— terminará siendo un candidato de redes, celebrado en memes y trending topics, pero ignorado en la urna.
El tiempo hablará.








Comentarios